La iniciación de Dakarai




 — Los Ogros son una raza salvaje de Arthe. Existen más allá de tierras como esta en forma de pequeñas tribus bárbaras. Algunos son un poco más listos que los que acabas de ver. Pero son tan competitivos entre ellos mismos que les falta visión para ser una sociedad— dicho esto el oficial se dio la vuelta y se fue a sentar esperando un informe personal de la curiosidad que había levantado a todos.

Dakarai se dio cuenta que los demás lo observaban con interés. Sabían que él había luchado anteriormente con ogros y querían saber más.

— pues… no hay mucho que decir. Son salvajes— dijo advirtiendo que aquellas miradas le interrogaban—se aventuran a empresas tan alocadas como esa porque atesoran partes de su cacería como trofeo. Al parecer así se mide la grandeza social entre ellos. Al menos entre los machos. Por eso generalmente viven en zonas peligrosas porque se precian estar envueltos entre creaturas más hostiles a ellos mismos.

— ¿cómo cuáles?— preguntó Ramien.

—Pues… en una ocasión me toco iniciarme para ser soldado. Intentamos resolver un problema en medio del escarpado despeñadero que esta fuera de la ciudad a media hora por el oeste. No suele ser un lugar peligroso desde que en un principio de la fundación pusieron los enormes puentes que hacen innecesario tener que descender el precipicio, sin embargo debajo de los puentes que la ciudad levantó en sus inicios la historia es distinta. Es un pequeño desfiladero cerrado de roca que contiene numerosos caídas. Los puentes se suceden uno tras otro alcanzando varios obeliscos naturales que se levantan en medio de aquel lugar, porque es imposible trazar un solo puente que lo cruce todo. Estos puentes son bastante amplios y fuertes, permiten el paso de comerciantes con carretas y animales. La ciudad deja caer sus desperdicios en este barranco porque saben que nadie va a buscar nada en aquel lugar. En aquella ocasión fuimos hasta allí porque nos llegó la noticia de un oscuro suceso. Unos vendedores que regresaban a Sílice fueron sorprendidos por un animal.

—No entiendo— dijo Ramien— me acabas de decir que los puentes hacen innecesario tener que bajar. Yo también he cruzado esos puentes innumerables veces en mis idas y correrías, se por lo que yo mismo he visto que ningún animal puede tampoco salir de allí con facilidad. Es casi imposible, al menos para una araña, escalar lo escarpado de esas piedras. Gracias a Levina que las arañas descomunales de las que cuentan los elfos no habitan en lugares como aquel.

—lo sé. Pero no es imposible ver el fondo. De hecho está lo bastante cerca para que un animal pueda ver a los transeúntes del puente si está bien colocado desde abajo y ese fue el caso desafortunado de los comerciantes que pasaban en ese momento. El animal en cuestión no necesitaba los dientes ni las garras para poner en aprietos a los que transitaban. Era un basilisco.

Ramien palideció. Sabía que los basiliscos eran creaturas tremendamente peligrosas. Solamente la mirada mágica de estas creaturas podía convertir en piedra al ser infortunado que se topase con este. Solían comer principalmente minerales así que viajaban bajo tierra excavando a través de la corteza del suelo en busca de los mismos. El calor de la luz les molestaba en sobremanera por lo que preferían la tranquila y fría oscuridad de las cuevas en vez de salir a cielo abierto, y en lo posible evitaban tener que cazar si estaban provistos de una buena fuente de alimento debajo de la superficie. Pero eran tremendamente peligrosas. Al menos gracias a su naturaleza egoísta con su comida siempre iban solos y apenas se encontraban dos juntos era solo para procrear y perderse lejos uno de otro. Así se lo había contado un sabio de la Academia de Terence que iba de paso, estudiando la naturaleza de Sílice y la Marca del Sur, pero nunca había visto uno. 

—lo cierto es que descendimos con equipo de escala al fondo de aquello y estuvimos buscando a esta bestia en aquel vacío. Éramos un escuadrón de doce contando al teniente que nos acompañaba. Era mi prueba para entrar a la Guardia Real.

— ¿prueba?

— cualquiera puede entrar a la guardia, pero primero tiene que mostrar su valía. En ese momento era un novato sin experiencia de ninguna clase, no había luchado con nada más feo que un hombre y ni siquiera tenía certeza de que tomaba el arma de forma correcta como me hizo ver después mi superior. Era un mamarracho ignorante en todo sentido salido del labrantío de la huerta. Cuando llegué a la ciudad la primera vez desde el campo me engañaron unos mequetrefes haciéndome creer que había que pagar una prima por entrar y presentarme en la comandancia que estaba fuera de la ciudad. Les di lo que me pidieron pero cuando llegué al lugar, en el sitio no estaba la comandancia,  unos bandidos encima de todo, quisieron aprovechar para asaltarme los bolsillos vacíos. Tuve que darles una tunda a mano limpia y conseguí hacerme con mi primera espada de esa forma. Todavía la conservo, aunque quedé bien golpeado para cuando apareció un soldado de la Guardia Real y los condenados huyeron enseguida.

— ¿y el dinero?

— no lo pude recuperar. Al menos eso. Pero si logré cobrarles bien a los bandidos después de que ascendí  a Teniente. 

—Cuéntanos más del barranco.-  pidió Ramien que había notado que se desviaba.

— está bien. Pues, descendimos como había dicho y estábamos recogiendo rastros del lugar esperando ver su huella en algún sitio. Pero al rato de caminar fuimos sorprendidos por un grupo de gimones.

— ¿Los perros del barranco?- dijo Ramien.

— ¿Perros?- expresó Elidan, otro soldado— querrás decir reptiles. Si es cierto que corren y hacen ruido como ladrido pero tiene escamas.

— sí. Pero se comportan como perros salvajes.

— sin duda son feos y ruines. Algunos se atreven a sacarlos de allí para intentar venderlos como mascotas exóticas tienen muy poca utilidad fuera de sus propias manadas. Son indomesticables. Apenas se sueltan corren como locos a través del campo sin detenerse hasta quien sabe dónde… Disculpe comandante. Continúe.

— bueno. Pues nos topamos con estos animales cuando buscábamos al basilisco y a pesar de que no eran muchos y podíamos darles una pela con tranquilidad pudimos ver como de pronto una enorme piedra venía desde las alturas aplastando estrepitosamente a muchos de ellos. Pero la piedra no iba dirigida a ellos sino a nosotros. Solamente habían errado el objetivo. Un grupo de ogros se acercaba a nosotros desde el fondo del camino por donde habían aparecido los gimones. Al parecer venían persiguiendo algo pero ese algo venía detrás, persiguiéndoles a ellos, y al toparse con nosotros se vieron en necesidad de hacernos frente con rapidez para librarse del obstáculo y no detenerse. Cerca de ellos venia el basilisco vuelto una furia. Uno de los ogros quedó al instante convertido en una piedra enorme y desagradable cuando se dio la vuelta imprudentemente para abatir al animal de un golpe y no pudo evitar verlo a los ojos por lo cerca que estaba. Se detuvieron y en medio del desorden en el que se había convertido todo aquello con los gimones huyendo despavoridos a todas partes, el basilisco confundido y alterado comenzó a atacar a todo lo que veía. Incluso algunos gimones quedaron hechos polvo literalmente cuando aquella salamandra de tres metros y mirada aterradora les paralizó en la huida. Los ogros estaban también casi tan confundidos como nosotros, debatiéndose entre atacar a la bestia y atacar a los soldados, algunos optaron por librarse del estorbo de nuestros hombres y seguir su cacería lo más rápido posible antes de que la bestia se concentrara en ellos nuevamente. Yo tenía mi espada que casi parecía un cuchillo de cocina por lo corta que era. Debo decir que a esta altura pienso que se trataba más bien de una daga muy larga y ordinaria, con un movimiento rápido me lancé por debajo de una de las moles más cercanas que tenía y le atravesé una rodilla por la parte trasera sacando con rapidez el arma y alejándome de él de inmediato. El gigante casi cae sobre mí, y habría sido terrible si lo hubiese hecho porque detrás de su caída venia un golpe malintencionado de otro ogro sobre mi cabeza. Con la suerte de que el teniente le atravesó súbitamente el ojo al confiado ogro con una flecha y cayeron los dos. Entonces otros remataron al primero que yo hice caer, pero los demás ogros se enfrentaban al basilisco y al notar a sus compañeros caídos lanzaron contra nosotros sus armas con mucha fuerza matando a dos de los aspirantes, haciéndolos estallar con la fuerza del golpe. Los gigantes corrieron a nosotros y nos sortearon para quedar detrás de nuestro grupo intentando recuperar sus armas nuevamente y dejándonos frente al reptil. Todos habíamos evitado mirar aquellos ojos que se encendían espontáneamente como el parpadeo de una estrella demoniaca, pero ahora no podíamos evitar que sus dientes venenosos también se acercaran. Tuvimos que repartir nuestra atención entre los dos flancos y mientras el teniente junto a cinco hombres quedó frente a los corpulentos ogros yo me quedé de frente al basilisco sin saber bien que hacer, salvo que no debía mirarlo sino calcularlo a través del oído y la sombra que proyectaba. Los jóvenes que me acompañaban estaban tremendamente aterrados, uno de ellos no pudo evitar mirar al animal a la cara quedando eliminada la posibilidad de que nos ayudase. Los demás entonces se acobardaron más, pero justo cuando el animal acometía contra uno de ellos yo me lancé contra el muro a mi derecha corriendo con todo mi ímpetu sin ver que el animal mordía la mano aventurada de uno de mis colegas, y me dejé caer con todo mi peso enfocado en el puño cerrado sobre la daga en la cabeza de aquel lagarto cruel. El animal entonces empezó a sacudirse con el arrebato de un pez desesperado que acaba de sacar del mar y me arrojó lejos de su gris y manchado lomo. Por un momento pensé que me arrancaría la pierna en el aire apenas tocase el suelo pero al parecer había sido tan certero en mi golpe que sin fijarse en su atacante el basilisco comenzó a reñirse en medio de aquel alboroto corriendo como lo hicieran los gimones y llevándose a la carga la pelea de los soldados contra los ogros que quedaban. Tres de los nuestros murieron en ese instante solo por al ver la reacción del basilisco. Los ogros también dejaron de luchar transformados en pilas monstruosas de roca que fueron derribadas por el impacto de la cola del saurio y cayeron hechas pedazos en medio de los restos de nuestros camaradas. La arena que levantaba a su alrededor en medio de su desesperación le daba una atmosfera terrible al ambiente, y nosotros sin saber que poder hacer solo corrimos hacia abajo para evitar que el animal se diese la vuelta y nos atacase. Pero pronto el silencio que le sobrevino a sus alaridos tremendos nos persuadió de que estaba muerto. Cuando nos acercamos y vimos el cuerpo derrotado de aquella temible creatura el teniente se me acercó y me dijo que había aprobado mi ingreso con una frase que siempre recordaré.

- ¿Cuál, comandante?- dijo Elidan expresando el interés de él, de Ramien, y de Latoya que había escuchado todo el relato con sus ojos absortos. Un marino que platicaba con un soldado también había estado escuchando desde cierta distancia sin entrar en conversación.

Dakarai miró el bosque con añoranza, recordado lo inepto que era y que solo habían sobrevivido el teniente y él.

—me dijo: felicitaciones hijo. Has demostrado que hay personas que por incapaces son capaces de cualquier cosa…



Carlos García Torín

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