De la tormenta



Cuando aquella chica llegó sola en la tormenta, fueron muchos los que se preguntaron después, por qué el viento no la trajo muerta.

Había sido una terrible tormenta de las que el desierto provoca para limpiar de sus dunas a los más débiles. Los nómadas suelen ser personas reacias a recibir a otros que nos sean de los suyos, pero aquella chica apareció después de una terrible noche, cuando rebuscaban entre el desastre cualquier cosa que se hubiera perdido en el viento. Uno de ellos, Kimio, un joven de tez oscura, alejándose un poco de la caravana, encontró a la muchacha desmayada en la arena, con el rostro pálido y desnutrido, pero aún con vida. No pudieron dejarla allí.

La chica durmió durante todo el día y la noche completa. En la mañana, ya después de haberla hidratado en lo posible con ayuda de las ancianas despertó, pero al encontrarse confundida entró en pánico y trató de huir, solo para caer de cara contra la arena nuevamente inconsciente. Los jefes de la caravana le visitaron en la tarde. Querían saber de dónde venía y porque razón estaba en el desierto tirada casi como muerta. Pero ella no dio ninguna respuesta útil. Se limitó a mirarlos a todos como si no tuviese palabras que expresaran respuestas sencillas a esas preguntas, simplemente no lo recordaba, o no le daba la gana decirlo, pero las ancianas no permitieron que se le presionara demasiado y echaron a todos los hombres a las patadas. A todos menos a Kimio quien al contrario de los demás estaba ahí para ver en que podía ser útil.

Cuando la chica decidió hablar fue solo para darle las gracias a Kimio por la sopa de lentejas que le había preparado. La caravana avanzaría lo posible toda la mañana del día siguiente desde las últimas estrellas de la madrugada hasta el calor de media mañana.

—algunos creen que te trajo el viento como trae la hierba del lejano Bosque de Lobos— le dijo el joven— ¿de dónde vienes?

—Me gustaría saberlo también…— dijo mientras sorbía la taza y le compartía intensos ojos— pero por ahora será más fácil responder ¿A dónde vamos?

—en unos días llegaremos al oasis de Parma, un poco cerca de las colinas de Ereth, el amo del desierto. Si sus garras nos dejan entrar podremos zambullirnos en agua dentro de poco.

La chica se quedó a vivir por ese tiempo con la anciana Saló, quien estaba a la vez sola desde que su hijo murió en una caída hacia dieciséis meses. Todos los días, ya fuera que estuvieran andando o acampando, Kimio le iba  a ver con fruición. Le llevaba dátiles y bayas sacadas quien sabe de dónde y le contaba anécdotas curiosas y graciosas sobre la gente de la caravana y el desierto. Le explicó que Ereth era un dragón mítico de la región del desierto Maslin que ninguno en la caravana había visto realmente en su vida pero que sin embargo todo el mundo lo mencionaba considerablemente como una amenaza posible. Le explicó que por la noche la luna en el desierto se suele ver más grande que en cualquier otra parte de Terrarte, más cuando se le distingue sobre el horizonte cercano a las dunas y los riscos. Kimio supo la opinión de ella sobre la luna, a la que atribuía a la capacidad de encubrir misterios. Todos entendieron rápidamente que el amor florecía en medio de aquellos dos, que no se separaban durante el fuego nocturno de la fogata, pero casi todos lo percibían como algo inapropiado porque de ella todavía no conocían absolutamente nada. La anciana Saló sin embargo estaba contentísima, feliz de que le ayudaran todos los días en los quehaceres. 

Después de diez días llegaron a Parma, el oasis bajo las garras del dragón. Por suerte nadie notó ninguno al llegar, por lo que se instalaron todos convenientemente para durar allí varios meses. Había cinco oasis bien conocidos y unos pocos abrevaderos desperdigados por el desierto, pero aquel era el más adecuado para que los animales descansaran, pues estaba cubierto de palmeras y arbustos frutales de todo tipo que los nómadas habían hecho crecer con tesón y cuidado durante décadas, tal vez siglos. El agua fluía a través de las rocas en un pequeño riachuelo hasta el lago y todo estaba al acceso fácil de la mano. Kimio solo conocía bien otros dos: Sefir y Unma, poco comparables, así que se alegró de poder compartir una nueva experiencia.

Pero los oasis no son solamente zonas de descanso para los nómadas sino para cualquier creatura del desierto, incluyendo animales salvajes y bandidos, y otras cosas más perturbadoras incluso. Por lo que Kimio, al igual que todos los hombres del grupo debieron activarse a vigilar todos los días según una estricta orden que nadie discutía. Cada cuatro noches estuvo destinado a pasarlo en vela esperando que ningún animal, más que nada, muriese devorado por el infortunio.

Se dijo que un león atacó una noche, y se afirma de esa manera porque nunca encontraron rastros de él, que no fuera la mancha de sangre a través de un sendero, nadie vio al león. Era una perdida lamentable, pero todos sabían que este tipo de cosas suceden al vivir de esta manera. Se redobló la seguridad, a la alerta de que un león podría estar rondando por el oasis, los muchachos ahora debían montar guardia en parejas y no separarse demasiado de sus compañeros pero al cabo de una noche la bestia volvió a cobrarse la vida de dos hombres. Era extraño, que ni siquiera uno de ellos pidiera auxilio, y más aún que no quedaran rastros de los mismos que no fueran huellas de sangre en la arena.  Dos desaparecieron y nadie había visto los ataques. Los animales sin embargo estaban bien.

Se armó una patrulla de exploración, veinticinco hombres armados comenzaron a explorar el oasis en busca del supuesto león. Recorrieron todo el día dándole la vuelta enteramente al lago, pisando cada senda y cada piedra, pero no dieron con nada. Por la tarde regresaron con las manos vacías y sin ninguna respuesta.

Pensaron con razón que el misterioso león ya se había alejado, pero esa misma noche otro de los chicos desapareció mortalmente. La gente comenzó a inquietarse en serio. Kimio dejó de hacer guardias cada cuatro días para hacerla todos los días. Las cosas fueron empeorando, noche tras noche uno a uno fueron cayendo los hombres en las garras de lo desconocido. Había quienes creían ya que no se trataba de un león, al menos no de uno común y corriente. Los hombres redoblaron sus esfuerzos luego de varias perdidas, mientras nuevas viudas y nuevos huérfanos temían dormir solos en la oscuridad. Pero en una noche de luna grande los ataques parecieron cesar. Para ese momento, los jefes de las caravanas discutían ya su salida presurosa frente a una bestia de la que no habían podido defenderse pero optaron por esperar.

Las mentes supersticiosas de la caravana no dejaron de cavilar sobre lo ocurrido. Algunos pensaban que la chica misteriosa que llegó con la tormenta era un demonio de Lurn que invocaba una bestia del mal, o que ella misma era un mal que los atacaba ingratamente.

— tonterías… — respondía simplemente Kimio. Temeroso de que al hablar replicando las cosas empeoraran llamándolas nuevamente.

Al transcurrir  los meses se notaba que la chica estaba embarazada. Kimio sin embargo, cuando se percató de ello no se emocionó, sino que se alejó de ella de manera imperdonable. Al principio dejó de ir y poco a poco no volvió a verla sino cuando se topaba con ella.

Ella también se deprimió, y el tiempo pasó rápido para todos en el oasis. Al cabo de varios meses, en una noche de tormenta nuevamente cuando todos se preparaban para partir de allí en unos pocos días, el grito de la muchacha alborotó a las mujeres del lugar. Durante un largo curso de noche bajo el terror de los truenos y la amenaza de luz fulminante de los relámpagos, la mujer intentó dar a luz.

Una centella se precipitó sobre el bosque incendiando todo en pocos minutos y el árbol ahogado en fuego se dejó morir sobre una de las carpas dando inicio al terror. En seguida las llamas comenzaron a devorar sin contemplaciones todo lo que se interponía ante ella. Las comadronas escuchaban el escándalo de afuera pero se resistían a dejar a la chica en ese momento crítico. Al rato un hombre entró mojado de la lluvia fina y el rostro envuelto en pánico a darles la voz de que salieran de allí pronto. El incendio venia devorando árboles y carpas sin hacer caso del agua. En el estruendo y el alboroto la chica dió a luz un niño, al cual una de las mujeres sacó de allí apresuradamente.

Cuando llegó la mañana el desastre había asolado el campamento. Para quienes ya desesperados bajo una crisis de nervios atribuyeron todos aquellos males a la chica, era demasiado. Kimio intuyó que debía salir de allí cuando percibió las amenazas crecientes. La comadrona le entregó al niño sin saber qué hacer con él, no lo quería, aunque se viera común y normal, se había convencido de la superstición que formaban alrededor de la mujer. Él, desconcertado, sin hacer ruido, tomó uno de los pocos caballos que quedaban y huyó por el desierto dejando a la madre a su suerte. Hay quienes afirman que huyo de miedo a ella finalmente convencido de las mismas ideas pero nadie puede saberlo con sinceridad.

Algunos hombres dieron voces sobre él y salieron a perseguirlo colerizados. Kimio no se había alejado mucho cuando notó que un remolino de arena se levantaba frente al oasis como una enorme pared gigante y bamboleante  y en menos tiempo de lo que el incendio había devorado al campamento, aquel tornado se tragó el lugar por completo. Quienes perseguían a Kimio no se dieron cuenta del suceso, enceguecidos por la ira, solo deseaban irracionalmente volcar sus frustraciones sobre el recién nacido y el que suponían responsable luego de la mujer: el padre.

Alejados del oasis, un grupo de seis leones apareció entonces  detrás de unos peñascos se unió a la cacería detrás de ellos. Los animales cansados comenzaron a sucumbir ante el miedo, y haciendo caso omiso de sus jinetes se volcaron en una loca carrera para escapar. Dos de ellos no pudieron con la prisa y de derrumbaron ante las garras de las fieras entregando a sus jinetes a la misma suerte. Kimio decidió no mirar más hacia atrás y se entregó a correr.

Anduvo todo el día en carrera ciega alejándose de todo. Otro grupo de nómadas después lo encontraron bajo el animal desmayado. El niño envuelto en una sábana blanca, aun se encontraba con vida, hambriento y dormido, por lo que supusieron que no tendría mucho tiempo de estar allí. Intentaron despertarlo, y cuando volvió en si se dió cuenta de que el caballo estaba muerto. Les explicó que un grupo de bandidos lo habían asaltado, y que su mujer murió en lugar, pudiendo él huir con el niño.

Los nómadas no quisieron insistir en averiguar más esa noche, aunque tampoco creyeron su historia. El niño le fue entregado a una mujer que tenía un hijo pequeño para que lo alimentara. Cuando pudo, Kimio tomo otro caballo y huyo nuevamente para siempre. Esta vez nadie lo persiguió, ni siquiera por el animal.

En diferentes lugares de Arthe cuentan versiones distintas de este relato. Las lenguas supersticiosas sazonan al niño con el tema de que es un engendro del mal, o que la muchacha lo era, o que el padre lo era. Es una proposición descabelladamente exagerada, pero incluso así está redactado en un pergamino dentro de la Academia de Terence que recoge también la historia de boca de un bardo viajero. Nada se supo de aquella chica después de esos días, probablemente la única persona que supo cómo se llamaba realmente fue Kimio, o al menos la única persona que la llamó por algún nombre. Incluso hay quienes discuten todavía si Kimio es o no el padre de aquella creatura que se perdió entre la familias nómadas. Personas inútiles tratando de rescatar un honor que no sé qué sentido tiene. 

Lo cierto es que esta versión que cuento y reconstruyo lo más fielmente posible de boca de los mismos nómadas es la historia más cercana al origen de Kierkegaard, el maldito bandido que ahora recorre alguna esquina del mar como el pirata más cruel. Los que lo conocen, nada más pueden describirlo de una manera: el mal está ligado a su naturaleza como su esencia misma, no hay respuesta más sencilla, en eso sí estaría de acuerdo... él es así.

Cabe el deber algún día de preguntarle a Kierkegaard si conoce el desierto.




Carlos García Torín

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