La Muerte de Pilar



Érase un día de julio, frío y melancólico. La mirada de los pájaros temblorosos por el invierno resistía despierta desde los árboles raquíticos y las azoteas de los edificios de Atacama, Chile, mientras el sol lejano saludaba el polvo aburrido del desierto.

Una tórtola le susurró a un picaflor de la puna:

— ¡Mira! ¡Allá va La Muerte! Entrando en ese hospital ¡Ay! ¡Lúgubre Señora! ¡Mejor nos vamos, que soy muy bonito y no quiero ser hoy ave de mal agüero!

La Muerte… La Pelona… La Dama Negra… La Segadora… ¡Venía a buscar a Pilar!

Se detuvo en medio del pasillo frente al cubil de la enfermera que hacía de recepcionista, y con la cortesía y buena educación que le dejaron los siglos, le preguntó sobre el quirófano y una paciente de vesícula que operarían hoy.

La enfermera, una mujer pecosa y con expresión de india estreñida, como la mayoría de los empleados públicos, se pintaba las uñas con despreocupación y se sacaba los mocos con maestría mientras revisaba con el pulgar libre las redes sociales en su teléfono. Ignorando a la digna Señora Oscura.

La Muerte carraspeó, poniéndose la mano huesuda sobre la boca sin labios, y volvió a preguntar con voz un poco más potente y firme. La enfermera, que en ese momento se reía del video de una gorda bailando se irritó por la interrupción, pero no se desconectó del aparato. La Muerte miró a los lados buscando comprensión y apoyo de los demás, pero las personas estaban demasiado ocupadas en sus propios asuntos y sedientas, y apenas un perro flaco que descansaba a siete metros de la entrada, en la parte exterior, le devolvió la mirada con respeto y atención. La tenebrosa dama tosió, volvió a carraspear, y firmemente preguntó de nuevo por Pilar.

La enfermera, sin soltar el dispositivo ni levantar la cabeza, extendió la mano derecha procurando no corromper la pintura fresca de sus dedos y alcanzó una carpeta, le echó un vistazo rápido a la lista que había en ella y sin dedicarle una mirada a la visitante le respondió secamente:

—La operación se hizo antes. Usted llega con retraso…. La señora Pilar está en reposo post-operatorio desde hace un buen rato. Búsquela en…

—no se preocupe… yo la consigo. — dijo La Muerte dignamente pasando de ella. Pero la enfermera volvía a distraerse con el video de un gato que cantaba trap usando calzones rojos.

La Muerte entró en la habitación de reposo, pero no vió a nadie en la cama. En vez de eso, una mujer muy mayor y con la vista cansada por guardias nocturnas continuadas, acomodaba unas toallas y ponía en orden otros elementos de la habitación.

— ¿Y Pilar? ¿Dónde está? — le preguntó la Muerte a la mujer.

La anciana levantó la mirada con una sonrisa, y la vió. Luego se restregó los ojos como si no estuviera segura de lo que estaba mirando. Después, conformándose con que aquella visita no era lo más extraño que habría visto en realidad en guardias nocturnas, le dijo con tranquilidad a su interlocutora:

—¡Ah! La señora Pilar… Buena gente esa señora, de lo más dulce… No sé que pasó. Se sacó una foto poniendo una sonrisa enorme y coqueta… Yo creo que le escribió el novio y le dijo algo… ¡Se animó tanto! ¡Estaba tan contenta que!… En un descuido que estaba yo doblando esta sabana creo que se fue volando por una ventana…

— ¿Volando?— preguntó La Muerte sosteniéndose el mentón pensativa, y mirando por fuera de la ventana más cercana.

— Si… Brujita le dijeron… ¡que mujer más contenta y linda! Pero mire… antes me había dicho que tenía ganas de dar clases pronto… ella es profesora de matemáticas ¿sabe? Y de Artes. Ella da clase en…

— Oh gracias… no se preocupe. Yo sé dónde es. Tendré que irme rápido si quiero llegar antes de que la clase termine. A sido usted muy amable. — Dijo la Muerte y se despidió con una mano mientras se daba prisa a salir por el pasillo. El perro flaco la miró atravesar a toda carrera el estacionamiento y cruzar la esquina.

Llegó al aula de clase. Unos pocos estudiantes perdían el tiempo jugando entre ellos, y la profesora no estaba.

—¿Y Pilar? ¿La Profesora Pilar? — Interrogó el espectro visitante.

Un muchacho con cara de rata y anteojos “culo de botella” le respondió:

— Ella dio clase temprano. !Fue tremenda clase¡, recuperamos en pocos minutos de audacia de esa profesora lo que no habíamos entendido en meses de ser brutos. ¡estaba inspirada! Pero terminó temprano... Porque ella dijo que tenía que ir a meditar sobre su próximo relato, y se tenía que ir al puente fantasma que sale sobre el agua, disque para encontrar inspiración ¿Usted sabe cuál es? Ella es escritora, ¿sabe? La profesora es rara… le gustan esos lugares extrañ…

Pero no puedo terminar de hablar, porque la Muerte se había ido corriendo, dejándolo con la frase a medio terminar. El puente fantasma era una aparición sobre el agua de una laguna, como una antigua bahía de aspecto gótico extraviada y rara con ese entorno, que parecía destinada a ninguna utilidad más que ser una discreta leyenda. Aparecía solo en momentos muy puntuales, y la Muerte tenía que acelerar el paso para llegar a tiempo puesto que el colegio estaba lejos y tenía muchos kilómetros que cubrir.

Cuando llegó por fin, La Muerte buscó ansiosamente en los alrededores un árbol en el cual recostarse pero no había ninguno cerca. Se apoyó entonces sobre la primera columna del puente, aunque era un poco bajo e incómodo para descansar. Levantó la vista y comenzó a buscar a Pilar por los alrededores, pero el lugar estaba vacío. No había una sola alma humana en aquel paraje. Entonces notó una tórtola y  un picaflor sobre un arbusto enclenque, y usando la sabiduría aprendida con los siglos les habló en su idioma para interrogarles. 

— ustedes… amigos. ¿Han visto una mujer pasar por aquí? Una morena con aire de gitana de ensueño…

Los pájaros, interpelados directa y sorpresivamente reaccionaron estupefactos al reconocer a la Huesuda.

— eh… no sabemos. — dijo la tórtola.

— a lo mejor vino por aquí temprano… con cuaderno y lápiz… me la tengo que encontrar hoy y se me está haciendo tarde con tanta corredera… — compartió La Muerte.

— ¡ah!¡ya! — exclamó el picaflor— ¡si, Señora! ¡Ella vino! Se sentó a mirar el agua hasta que apareció el puente, y luego estuvo escribiendo un rato… creo que avanzó 10 lineas… no sé… ¿10?

— !30¡ — dijo la tórtola

— ¡8! — replicó el picaflor.

— ¡868! — respondió el tórtola.

— vale… vale… me queda claro que los pájaros no saben nada de matemáticas — dijo La Muerte.— Lo que quiero saber es dónde está… ¿dónde se fue?

— tenía una enorme y bonita sonrisa… De aquí se fue volando al Salar… creo que antes ya la había visto allí, alimentando a los flamencos, los guanacos, los patos y otros animales… yo mismo me alimenté de sus manos creo… —Respondió a tórtola muy segura— sus manos...—repitió inclinando la cabeza recordando la caricia de estas.

—¡14!— dijo el picaflor. Pero la Muerte ya se había ido y no le pudo corregir.

Varias horas después La Muerte llegó al Salar, cansada, y hubiera querido tener lengua para poder sacarla afuera. Los ñandues levantaron la cabeza al verla llegar, luego los flamencos, un zorro que estaba distante también se alertó de su presencia. Los patos desde el agua, y el zorro desde la orilla le miraban recorrer las orillas del Salar buscando huellas, cazando pistas de la presencia de Pilar. Finalmente se decidió a preguntarle a un flamenco.

— ¿vino una mujer?

— si.

— ¿y ya se fue?

— si.

La muerte se sentó sobre una piedra con actitud de derrota y si hubiera tenido ojos le habrían visto llorar de impotencia.

— creo que se fue para… — comenzó a decir el flamenco, pero La Muerte le cortó el discurso.

— ¡Nooooo! ¡mijito! ¡yo estoy agotada! Yo más bien vengo a buscar a Pilar otro día bien lejos. ¡Ni que yo no tuviera cosas que hacer, como para andar atrás de ella todo el tiempo! ¡no! ¡no! ¡no! — exclamó molesta — ¡Yo me voy! ¡Yo no voy a buscarla más! ¡Me va poner a buscarla por el Valle de la Luna! ¡Por la Laguna Roja! ¡Por la laguna Miscanti! ¡Por el volcán Llullaillaco! ¡Quizá hasta por el socavón! ¡Ni que ella fuera la única con oficio por hacer! ¡Luego es capaz y se ha ido con el enamorado y siquiera está por ahí!

La Muerte se arrechó, y se largó.


Entonces Pilar llegaba de nuevo a la sala de reposo.

— ¡Epa! Mijita… ¿y tú donde estabas?— le preguntó la enfermera anciana y trasnochada, con la alegría de volver a verla radiante — Mire que usted acaba de salir de una operación... ¿es que usted no descansa?

— ¡ay mi amor! — dijo Pilar — ¡mientras haya cariño para tomar y para dar inspiración, hay vida!



Carlos García Torín


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