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El Cuaderno

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Las dos niñas jugaban con los tallos de papiro y las huellas de la lluvia mientras comían fresas, en el patio del jardín, y a la hora en la que el sol le brindaba un último estallido luminoso al día que ya terminaba. Allí, bajo el beso sano y el anhelo febril de la luna se divertían, cuando su padre, el Archimago, llegaba nuevamente como todas las tardes desde la Academia. Esta vez, sin embargo, no hubo llamado ni abrazo de parte de él, que se limitó simplemente a detenerse un instante, observarlas, sonreír, y agradecido internamente por la presencia de ellas en su vida se sumergió en la casa en silencio, con su cuaderno de notas sostenido firmemente en el pecho. — Papá eztá tizte… — dijo la más pequeña de las dos, Aleg. — Eso parece… — secundó la mayor, Alej, mientras un sapito se liberaba de sus manos y buscaba refugio debajo de una piedra en los matorrales. Las niñas se quedaron analizando aquello. Era un fenómeno raro de la tarde la mirada ausente del Archimago. — A lo mejor tiene ...

En el aire

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  Por Carlos García Torín En el aire, un puntito de luz azul suspendido. El Archimago soltó su maletín y puso el paraguas detrás de la puerta mientras cerró la puerta. Llamó a su hija: — ¡ALEJ! ¡ALEJ! — La niña llegó enseguida porque se encontraba jugando en el salón, muy cerca— explícame qué esto que está aquí en el vestíbulo. Después de dudar un poco, y mirar la lucecita inmóvil como una pausa añil, empezó a menear la pierna, cabizbaja, como siempre hacia cuando buscaba una excusa, pero acababa imponiéndose la niña sincera que solamente podía ser. Acababa admitiéndolo todo con mucha timidez, pero con toda la ternura a su favor. —esto… estaba… trataba de hacer un poco de magia, papá… quería… no sé… no me… —te he dicho muchas veces que no debes hacer magia de ninguna clase con falta de propósito—interrumpió su padre con amor y mucha firmeza— si no se aplica un fuerte carga de voluntad lo único que se produce es magia residual. No es bueno dejar un recurso tan precioso reg...