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El Cuaderno

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Las dos niñas jugaban con los tallos de papiro y las huellas de la lluvia mientras comían fresas, en el patio del jardín, y a la hora en la que el sol le brindaba un último estallido luminoso al día que ya terminaba. Allí, bajo el beso sano y el anhelo febril de la luna se divertían, cuando su padre, el Archimago, llegaba nuevamente como todas las tardes desde la Academia. Esta vez, sin embargo, no hubo llamado ni abrazo de parte de él, que se limitó simplemente a detenerse un instante, observarlas, sonreír, y agradecido internamente por la presencia de ellas en su vida se sumergió en la casa en silencio, con su cuaderno de notas sostenido firmemente en el pecho. — Papá eztá tizte… — dijo la más pequeña de las dos, Aleg. — Eso parece… — secundó la mayor, Alej, mientras un sapito se liberaba de sus manos y buscaba refugio debajo de una piedra en los matorrales. Las niñas se quedaron analizando aquello. Era un fenómeno raro de la tarde la mirada ausente del Archimago. — A lo mejor tiene ...

El sello de cera

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En la ciudad de Terence, más específicamente en los jardines de la Academia donde los magos acuden a veces a meditar, sucedió una vez cerca de la fuente tranquila, que un mago joven, llamado Iwa, tuvo un destello de compresión arcana sobre un viejísimo y secreto ritual. Nadie se dio cuenta del evento hasta minutos después, cuando lo vieron caminar ansioso e inquieto a través de la orilla del lago. Aun así, pocos hubieran sospechado que la razón de que él se sostuviera las sienes, nervioso, era por haber dado causalmente con un gran descubrimiento. En el claustro, que oportunamente siempre tenía la cara sur orientada a los jardines, los magos que cotidianamente saboreaban el té con durazno en el disfrute de la tarde, notaron que Iwa estallaba en una mal disimulada alegría, para luego dar una carrera solitaria a través del pasillo hacia la biblioteca. Al rato regresó, cargado con elegante papel nuevo, tintas especiales, velas plateadas, y otra variedad de enseres menores. Se sentó cerc...

Alesussan

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  Por Carlos García Torín El Archimago tiene dos hijas: Alej y Aleg. En casa del Archimago las niñas reciben su educación, la mejor que un padre puede brindar, pero aun así van a la escuela para leer y escribir, sumar y restar, como todos los niños de la ciudad de Terence. Por las mañanas, la mayor de las dos, Alej, se prepara para ir y a la vez acompañar a su hermana menor. Es la más responsable, y sin embargo la más traviesa, la que de vez en cuando prepara las aventuras en las que se meten ambas hermanas. Ese día en la mañana el Archimago se despidió de las dos con un beso, confiado que estaría bien ir a la escuela por sí mismas. Nada de eso fue ningún problema, porque Alej, como hija mayor preparó todo correctamente. Aleg también estaba satisfecha del desayuno y siempre parecía emocionada. Solo tenían que atravesar el mercado, dos calles hacia el norte y luego el Puente de la Encina, desde donde su padre en la parte alta de la torre principal de la Academia, sin que ellas lo su...