Alesussan

 

Por Carlos García Torín


El Archimago tiene dos hijas: Alej y Aleg. En casa del Archimago las niñas reciben su educación, la mejor que un padre puede brindar, pero aun así van a la escuela para leer y escribir, sumar y restar, como todos los niños de la ciudad de Terence. Por las mañanas, la mayor de las dos, Alej, se prepara para ir y a la vez acompañar a su hermana menor. Es la más responsable, y sin embargo la más traviesa, la que de vez en cuando prepara las aventuras en las que se meten ambas hermanas.

Ese día en la mañana el Archimago se despidió de las dos con un beso, confiado que estaría bien ir a la escuela por sí mismas. Nada de eso fue ningún problema, porque Alej, como hija mayor preparó todo correctamente. Aleg también estaba satisfecha del desayuno y siempre parecía emocionada. Solo tenían que atravesar el mercado, dos calles hacia el norte y luego el Puente de la Encina, desde donde su padre en la parte alta de la torre principal de la Academia, sin que ellas lo supieran, siempre las veía pasar confirmando que estaban bien.

La cuestión fue cuando regresando de la escuela encontraron una gata.

El animalito tenía las patas traseras rotas, seguramente porque una carreta al pasar se las aplastó. Las niñas miraron a todos lados como pidiendo auxilio, pero a nadie parecía importarles si esa gata se moría. Era el mercado, y lo importante no pasaba por ahí sino por los bolsillos. Alej pensó por un instante en la posibilidad de recoger a la gata y ponerla en la orilla del mercado, lejos del bullicio y el desorden, pero no lograba convencerse de que estaría bien si la dejaban sola.

—hay que llevazela…—dijo Aleg con tono tierno e imperativo.

Tenía razón, no había otra opción. Nadie más iba ayudar. La tomaron, la envolvieron en un suéter tibio, tratando de no lastimarla aún más, y la llevaron a casa. Su cuerpo malherido todavía ronroneaba por el camino. Cuando llegaron, su padre todavía no había regresado, y tardaría en volver. Colocaron a la pobre creatura sobre el suelo, y mientras Alej fue a la cocina para traerle de comer algo, la más pequeña, Aleg, se subió sobre la escalinata de la biblioteca para alcanzar uno de los libros de su padre que permanecía ahí, casi siempre, abierto. Uno en el cual no solo leía, sino que también de vez en cuando anotaba cosas. Lo acercó cargándolo con mucho esfuerzo, era una niña muy decidida.

Alej puso todo en suelo para ayudar a su hermana con el pesado tomo. No era la primera vez que hacían aquello: intentarían resolver el asunto con aplicaciones mágicas aprendidas del libro. Su padre les había dicho que tuviesen cuidado con la magia, porque es delicada y muchas veces reactiva, que era mejor esperar a que comprendiesen mucho mejor algunos principios elementales de las leyes invisibles del universo, antes de ponerse a hacer cosas sin propósito. Pero es irresistible la complicidad de dos hermanas.

Cuando parecieron encontrar algo útil abrieron las manos y se las tomaron como en un juego. Comenzaron a cantar: un cantico que en la voz de la más pequeña parecía con mucha más propiedad una expresión extraña en un idioma perdido, con la gata maullando de pánico en medio del círculo de las niñas. A la gata todavía le dolía, pero era evidente que ahora estaba más embrollada en aquel torbellino infantil que ninguna otra experiencia. Las niñas daban vueltas y la cabeza de la gatita giraba: …cinco vueltas, seis vueltas, canto, siete vueltas, finalmente… ¡palmada!

¡Puf!

Una explosión de humo luminoso azul que las dejó mareadas y confundidas, y absolutamente nada. Ningún efecto. Ningún rayo curativo, ninguna pierna nueva de gato, ningún retroceso temporal. La gata pareció respirar aliviada, y se relamió los bigotes sintiéndose integra todavía a pesar de sus patas rotas.

— pareze que ya no le duele… eztá mejó…—dijo la más pequeña.

— pero mira sus patitas. Todavía no está resuelto. Hay que intentarlo otra vez.

Comenzaron a revolver las páginas de nuevo. Alej tenía más madurez, y trató de prestar más atención a los temas del libro. Era complicado. Muchas cosas parecían más bien dibujadas que bien dichas, mucho de lo dicho se veía aburrido, y de vez en cuando, señalado en rojo, aparecían marcas escritas de su padre que le daban un poco de temor transgredir, pero que sin embargo estaban casi siempre sobre lo que parecía más enigmático y divertido. La primera vez que hicieron magia con éxito consiguieron que las paredes del salón exudaran helado de vainilla, lamieron toda la sala, y tuvieron que soportar un poco de amigdalitis y los regaños de padre; en otra ocasión lanzaron un conjuro sobre un par de ratones que atravesaban la cocina con total descaro, a toda hora del día, y después de esto ahora pasaban haciendo en el aire un giro de baile como si patinaran elegantemente, como un par de artistas.

Las niñas comenzaron a dar vueltas nuevamente tomándose las manos y a cantar otra vez. El canto era diferente, y parecía un poco más largo. La gata giraba la cabeza nerviosa como una loca… cinco vueltas canto, seis vueltas, canto, siete vueltas, canto… finalmente, ¡grito!

¡Puf!

Una explosión de humo verde, luminoso y con olor a algas, esta vez sobre la pobre gata que parecía toser y estornudar. La bruma mística se fue disipando hasta que se dejó ver nuevamente el animal. La gata tenía cola de pez.

— ¿Qué pazó?

— creo que hicimos una gata sirena…

Aleg la tocó con el dedo. La gatita todavía estornudaba un poco la neblina verdosa. De repente levantó la vista hacia las niñas y maulló, pero esta vez con un claro indicio de que tenía hambre. Alej le dio una bolita de pan de anís.

— pero curamoz laz pataz rotaz…

—si… la curamos, porque se las quitamos.

— ¿Qué nombre le ponemoz?

— no sé…

— Alezuzzan…

— vale, Alesussan, me gusta.

Estaba claro que algo había salido bien. No tan bien como esperaban, pero había que celebrar aquello con un nombre para aquella sorpresa. Los nombres consolidan. La gata se veía muy bonita, luciendo una brillante cola verde de pescado, como si fuese medio animal de bronce y esmeralda. Su padre llegaría pronto, y tenían que resolver un poco como esconderla.

— en el eztanque…

Ciertamente, en la parte trasera de la casa había una fuente, que servía de estanque. Siempre pasaban horas jugando cerca del agua, vigilando las ranas y dibujando las figuras que el claro de luna colocaba sobre el vaivén del agua. Llevaron a la gata sirena hasta allí, porque la colita verdosa parecía resecarse muy rápido. Al entrar en el agua el animal nadó como si en toda su vida siendo un minino hubiera amado los baños de agua fría. Algo insólito.

— ¿ze comerá zu propia colita?

— creo que no…

Le dejaron el pan de anís desmigajado y hecho bolitas. En eso estaban cuando sintieron la puerta del vestíbulo abrirse y corrieron hacia adentro entusiasmadas y nerviosas disimuladamente. Su padre había llegado y dentro de poco tendrían que salir con él. La gata las miró alejarse en el interior de la casa con gotas de agua cayéndole de los bigotes.

Mientras se terminaba el pan de pronto sintió el ruido de una puerta que se cerraba dentro de la casa. Todos se habían ido. Estuvo nadando por el estanque, acostumbrándose a su nuevo hogar y persiguiendo saltadores de agua, cuando la tarde terminó aconteciendo sobre ella.

Entonces la noche comenzó. Unas pocas luciérnagas, y unos pocos grillos dieron las señales de marcha nocturna. Por primera vez la gatita callejera estaba sola, y no tenía frío, ni hambre.

Una figura misteriosa se movió entre los árboles, acercándose despacio. Al principio le hizo sentirse alerta, pero enseguida notó que solo era un hombre viejo con un lagarto verde en el hombro, algo raro, pero inofensivo.

— hola amiguita… —dijo tratando de hacer que la gata se acercara a la orilla a través de pedacitos de carne de pollo, y consiguiéndolo, porque aunque estaba satisfecha, todo animal de la calle está habituado a no desperdiciar oportunidades de comer carne— no tengas miedo. ¡Vaya que eres algo poco habitual!

El lagarto descendió de su hombro. Era pequeño, solo un poco más grande que su mano arrugada, sumando a esto la cola, que tenía más o menos el mismo tamaño.

— Misma, hazte a un lado. Necesito cierto espacio…— le dijo el viejo al lagarto y este se apartó un poco más.

La voz del hombre vino acompañada por un movimiento circular en el aire. Inclinado un poco en dirección a la gata, comenzó a dibujar runas invisibles y a susurrar extrañas palabras difíciles que a las niñas no se les hubieren ocurrido, y que no estaban en “ese” libro puesto tan “descuidado” al alcance de las pequeñas. Estas eran palabras que incluso muchos dragones desconocían, y que quizás solo el Archimago, y el viejo, y tal vez otros 2 o 3 hechiceros conocerían. Las runas eran iguales, formaban palabras olvidadas, mensajes perdidos en la ruta del tiempo. Al principio eran invisibles, pero conforme pasaban los minutos y el viejo aplicaba en su ritual cada vez un mejor ritmo comenzaron a perfilarse destellos del boceto en forma de huellas luminosas, cada vez más brillantes y permanentes.

Entonces como un padre que bendice, tiernamente puso su mano sobre la cabecita de la gata mojada. Toda la luz del conjuro se vertió dentro del pequeño morrongo. No pareció dolerle para nada a la gata, pero si pestañeó dos veces como aclarándose la mente de una larga borrachera.

— ahora podrás entenderme—comenzó a explicar el anciano— Hola amiguita. Mi nombre es Peter, he venido hasta aquí para pedirte un favor en nombre de la diosa de luna. La dama Selene… sé que no puedes responderme con claridad, pero te explicaré sencillamente. Necesito que vengas conmigo, y que pongas toda tu astucia y valentía felina en conseguir algo para mí.

El lagarto estaba ahí, la gata le miró a los ojos, como esperando que dijera algo. Sabía que aquel lagarto tenía también rasgos de inteligencia y pensamiento, aunque no lo expresara. Por extraño que parezca, ahora tenía claridad de conciencia. Miró su cola de pez, recordó totalmente a las niñas que le ayudaron, y examinó su entorno. Se sintió feliz, feliz y desorientada, como si hubiera nacido. Cargada de misterio y sin tener idea de su propósito.

— necesito que vengas conmigo.

El mago la sostuvo en sus manos con delicadeza. Estaba húmeda y tibia. Ahí fue cuando la gata notó que al acercarse la primera vez había venido con un balde en la mano. Lo llenó de agua del mismo estanque, y la colocó a ella suavemente dentro. Luego cargó el balde sobre su cabeza, y seguido del lagarto que venía siguiéndole a pie, atravesó los arboles nuevamente en dirección al rio.

Una vez en el rio anduvo varios kilómetros en dirección al sur. Por el camino, varias veces se veía de cerca algún perfil urbano de la ciudad de Terence. Era como acercarse y alejarse de su contorno. La creatura felina estaba asombrada, porque aunque muchas veces había visto luces, techos y árboles, nunca antes los había apreciado con la misma conciencia que ahora gozaba. Pudo incluso reconocer algunas cosas bellas en la ruta: un pájaro carpintero que a pesar de la hora nocturna todavía parecía esforzarse en terminar algo; otro gato dormido en un muro soñando con golondrinas al alcance de sus garras; un vigilante nocturno que miraba hacia dentro de la ciudad seguramente extrañando a alguien; una comadreja astuta aprendiendo a trepar un árbol nuevo; un rastro de savia de un tronco herido; 7 piedras apiladas por unos niños en la tarde; un charco de agua; una luciérnaga perdida; un brote de lirio silvestre; la luna saliente; una muchacha sabia con un libro; una pareja besándose en una escalera…  El mundo era un desfile de maravillas.

—no te llevaré tan lejos mi querida amiguita. Es aquí. Antes, mucho tiempo antes, era un altar de la diosa Livia, Señora de la naturaleza, ahora no tengo idea de lo que tiene, y apenas tengo un idea de los misterios que guarda…

El mago se detuvo en un claro, distante medio kilómetro de la última luz que dejaron detrás. En el claro, un pilón de arcilla moldeada desgastado manifestaba un pequeño altar. El lagarto llegó por detrás, se subió sobre el altar y empujó la maraña de hojas acumuladas por el bosque y el viento.

Debajo del altar había un agujero.

— Misma no quiere ir. No es conveniente que vaya. La diosa me previno que sería más adecuado buscarte, y me dio este presente para ti. A cambio de tu noble servicio, podrás conservar esa conciencia despierta para ser una gata especial. Más especial incluso que una gata sirena. Especial porque ahora, consciente de tu libertad, puedes elegir tu propósito.

El mago se arrodilló y limpió las ramas que ensuciaban el pasaje debajo del altar.

— este es el trato. Si está bien para ti. Dentro de este pasaje encontrarás un camino largo y sinuoso hasta llegar algún lugar. En medio de ese lugar, encontrarás un objeto largo y azul, un cuchillo. Tiene estas marcas en el metal— el mago le dejó ver en su propia capa un circulo claro con dos pequeñas estrellas que le seguían por lo bajo— tráelo por favor. Vuelve a mí con ese objeto, que es necesario para salvar la vida de un hombre, esta misma noche. Pero ten cuidado… no tengo idea de los peligros que acechan ahí dentro, en serio. Confío en que la diosa me trajo hasta ti con sabiduría, pero pensé que encontraría un gato con cuatro patas, que pudiese trepar. No sé muy bien lo que enfrentarás.

Le mostró el agujero bajo el altar. Puso el balde justo al lado de la abertura.

— puedes elegir también no hacerlo gatita…

La gata le miró fijamente. El mago quiso en el fondo poder oír lo que pensaba, y anheló saber los pensamientos que habitaban en sus profundos ojos de felino. La gata, decidida, salió por si misma del balde, y se lanzó arrastrándose al agujero.

— gracias pequeña… estaré orando a la diosa por tu regreso— dijo el viejo viéndola adentrase en aquella gruta menuda.

La gata se arrastró por el pasaje profundo en línea recta, casi por 10 minutos, luego el pasaje comenzó a descender levemente, luego giró a la izquierda ¿30 metros?, a la derecha ¿20 metros?, descenso nuevamente ¿Cuántos metros?, estaba cansada y no se hubiera imaginado tener que arrastrarse tanto en la oscuridad. Había una curva hacia la izquierda, una curva larga, y luego otro cambio de dirección, ¿lograría volver? Llevaba casi una hora andando a tientas en la negrura cuando percibió una luz. Al final del camino había una luz.

Al salir de ahí el pasaje dejaba de ser un agujero, y se habría frente a ella como una galería. Era el pasillo de un templo, evidentemente hecho por personas y vacío, pero que mantenía encendidos perpetuamente antorchas encendidas a los lados de los postigos de las puertas. En la profundidad de las paredes, más bien en algún lugar del techo, se escuchaba el rumor de agua corriente ¿estaba debajo del rio?

Cuando se acercó al final del pasillo unos escalones descendían un metro, pero el piso siguiente estaba inundado. Seguía siendo pasillo, por lo cual se arrojó al agua y siguió avanzando. Ciertamente tenía el sabor del agua del rio, en algún lugar seguramente se filtraba. Las antorchas sin embargo estaban a mayor altura que el nivel del agua. El pasillo giraba a la izquierda, y luego de varios metros nuevamente a la derecha. En el fondo del agua, la gata pudo ver platitos de cobre, libros humedecidos con letras borradas, piezas de ajedrez hechas de madera que no supo reconocer pero que le dieron curiosidad, también fisuras en el mármol del suelo, plantas que venían creciendo a través de esas hendiduras, y monedas de bronce y de plata ennegrecida.

Cuando el pasillo se acabó, se adentró en un largo y espacioso salón ahogado. A los lados de la habitación numerosas estanterías guardaban valiosos tomos escritos y encuadernados de piel, un globo enorme y azul de madera flotaba olvidado sobre el agua, los muebles estaban en su sitio si eran lo suficientemente pesados, pero muchas sillas se habían movido de su lugar navegando por cuenta propia. En el agua flotaban papeles, jarrones y trozos de madera. En el fondo de la habitación había una vitrina, y allí, expuesta como un trofeo precioso estaba una hermosa daga azul, de hoja curvada en forma de ondas, y a pesar de la tenue luz de las antorchas se veía con claridad grabada la figura de un círculo blanco con dos pequeñas estrellas. La gatita se acercó para tomarlo.

De repente, debajo del sillón emergió una tortuga. Rugiendo como un trueno.

Era la tortuga más horrible que hubiera visto alguien. No es porque la gata hubiera visto apenas una sola en su vida. Esta tortuga tenía una cabeza tan espantosa como un cocodrilo, pero con el morro corto, chato como un gato, y el rostro lleno de picos y cuernos, igual que la concha de su espalda: áspera y afilada, arrugada como la piel de un lagarto del desierto. Era casi tan grande como el sillón del cual apareció y parecía tan feroz como un oso malhumorado. Lo peor es que abrió su boca afilada y se lanzó directamente a la cola de pez, que de no haber estado unida a medio gato quizás no habría tenido los reflejos necesarios para evadir el mordisco letal.

La tortuga persiguió a la gata por la habitación como un dragón hambriento y enojado, pero torpe, con las patas demasiado cortas para correr y el cuerpo demasiado pesado para maniobrar en medio del escaso espacio. La gata se trepó rápidamente sobre una mesa, luego de inmediato saltó sobre el globo de madera, y luego sobre el librero de la izquierda, dejando caer más libros al agua. Su cola de pez tampoco le ayudaba mucho en las alturas.

El agua iba ascendiendo.

La tortuga intentó saltar dejando caer su pesada figura sobre el estante, logrando tambalear todo. Unos floreros cayeron al agua junto con otros libros. La gata resbaló y cayó también, pero en el agua era más rápida que el monstruoso animal, y velozmente alcanzó la otra orilla de la habitación, trepándose con rapidez sobre una vitrina que guardaba unas medallas. El rugido de la bestia parecía romper hasta el lustre de ellas.

El agua iba ascendiendo.

La tortuga levantó sus enormes garras y las estrelló contra la vitrina donde la gata se encontraba. Esta tuvo que saltar al agua y nadar con rapidez hasta el sillón. La vitrina se desplomó como un montón de hojas bajo la mole de la creatura. Entonces la gata se dio cuenta que el agua había alcanzado la vitrina donde estaba la daga azul y que esta se deslizó al agua, extrañamente, flotando como si en vez de metal fuese de madera.

El agua iba ascendiendo.

La tortuga se lanzó ferozmente contra el sillón aplastándolo con todo el peso, pero segundos antes la gata había saltado nuevamente al agua, y tocando primero para buscar apoyo el librero de la izquierda, regresó para tomar la daga. Pero no la alcanzó, y tuvo que escapar hacia la derecha donde la tortuga casi le arranca la mitad del cuerpo. Se metió por debajo de ella, y surgió del agua justo frente a la daga que navegaba confundida en el desorden creciente y caótico. La tomó con la boca y buscó salir por el pasillo.

La tortuga no desistía. Era terriblemente fiera, y se apresuró detrás de ella para atraparla, pero la gata recorrió tan veloz como pudo el pasillo hasta los escalones nuevamente, donde recuperaba el piso seco. Salió del agua, y se arrastró. Creyó que la tortuga se detendría al llegar a la orilla pero se equivocó. Con su cuerpo enorme y calloso salió del agua, y se arrastró también detrás de ella. Curiosamente parecía más audaz ahora que la gatita, solo su cuerpo era pesado, pero por el uso de sus cuatro poderosas patas verrugosas, frente a las pobres dos patitas de gato y su cola de pez, parecía recuperar la distancia. Daba dentelladas amenazantes en cada voz, y hasta la puerta del pasillo de rompió cuando el peso del monstruo se apoyó en ellas al cruzarlas.

Cuando el pasillo se terminó la tortuga abrió la boca como un león hambriento, y la cerró sobre la cola de pez de la sirena… por suerte esta acababa de entrar en el agujero. La tortuga trató de abrir el boquete con la nariz, rugiendo mientras la gata lentamente se alejaba afortunadamente de ella. Su rugido se convirtió en un alarido frustrado y espeluznante que la gata pronto dejó atrás, pero que recordaría toda su vida.

Anduvo en la oscuridad. No recordaba como volver y ahora era más difícil avanzar con un objeto en la boca. Estaba cansada. Avanzó como pudo, tanto como le fue posible hasta que no pudo escuchar nuevamente al monstruo. ¿Por dónde era? le parecía extraño hacerse esta pregunta ¿acaso no era una sola ruta de entrada? a veces le daba la impresión que no. Se sentía agitada, agotada. No supo en qué momento se desmayó.

Cuando la gata volvió en si todavía estaba en la gruta, y una lengua fría le tocaba la cara. Era Misma, el lagarto. Chasqueaba en la oscuridad su garganta verdosa, y le animó a seguirle. Avanzaba despacio, consciente del agotamiento de la aventurera. Luego de una hora lograron salir. La gatita emergió con ojos vencidos de aquel lugar. Extenuada, el mago la metió al balde y la miró quedarse dormida mientras le agradecía:

— Te llevaré a casa amiguita… lástima que no tengo oportunidad de conocer tu nombre.

El lagarto se le trepó en el hombro. Le pasó la lengua bífida por el oído para contarle un secreto que había descubierto.

— gracias, Alesussan.

Volvió con la gata hasta el lugar de origen. En las ventanas de aquel lugar las luces apagadas daban a entender que los habitantes habían vuelto, y que ahora dormían. Colocó a la sirena de vuelta sobre el estanque, y esta levantó las orejas en señal de despertar.

— antes de irme te daré una recompensa de mi parte— hizo por encima de la gata nuevos conjuros y tiernamente los colocó sobre su cabeza felina igual que la primera vez— cuando quieras de vuelta las cuatro patas de mi regalo simplemente pide a la luz de luna, y hazlo de nuevo cuando quieras el regalo de las niñas. Así podrás ir y venir a donde quieras. Que la dama de plata te bendiga y acompañe siempre…

Diciendo esto el mago y el lagarto se fundieron en la oscuridad de la noche, y la gata, debilitada, se durmió en el fondo de la fuente.

Por la mañana siguiente las niñas aparecieron justo cuando las cayenas comenzaban a desplegar sus pétalos rojos al sol intenso. Buscaron a la gata en el estanque, y ahí estaba en el fondo, nadando lentamente despreocupada.

— Alezuzzan, vamoz pá la escuela…

La metieron en un balde que encontraron justo al lado de la fuente, y procuraron llevar suficiente pan de anís para la merienda de la gata. Atravesaron el mercado sin que ninguno de los adultos les detuviera, porque pensaron que el gato en el balde era solo un juego de las niñas llevando a bañar a su mascota. ¿Quién hubiera pensado que las niñas eran poderosas magas y que llevaban con ellas el fruto de sus experimentaciones? tal vez su padre, que estando en lo alto de la torre de la Academia las miró atravesar el Puente de la Encina sosteniendo un balde de agua con un animal dentro. Sonrió satisfecho de que fueran a la escuela, y siguió en sus meditaciones sobre un tesoro.

Las niñas llegaron a la escuela antes que cualquier adulto. Otros niños estaban ahí, y reaccionaron con curiosidad ante la hermosa gatita. Una niña, de piel clara, lentes, cabello liso y negro, y profundamente envidiosa se acercó para examinar lo que le había robado la atención de todos.

—un morrongo mojado… ¡qué gracia!

—se llama Alesussan, es una gata sirena— la minina saltó haciendo una pirueta en el aire, saludando con su movimiento a todos los niños que pudieron disfrutar ver su colita esmeralda. Con tan mala suerte que el agua, al caer nuevamente en el balde, salpicó.

La niña bonita, lista y envidiosa quedó mojada por el agua salpicada por la gata, y de repente explotó como un basilisco. Tomó a la gata por el rabo verde de pescado y miró a todos los niños hecha una furia. Una furia mojada.

— ¡esto no es un gato! ¡es uno de esos bichos raros que hay en la casa de su papá! — le dio tres vueltas en el aire, y como la escuela pasaba cerca del rio, la arrojó con toda la fuerza que su envidioso brazo le proporcionó. La gata salió volando por encima de los arboles dando giros como una estrella asimétrica, y totalmente mareada fue a estrellarse contra el agua corriente del rio.

Al principio no supo ni que pasaba, pues de tantas vueltas hasta el nombre se le revolvió. Cuando sacó la cabeza por fin del agua, se dio cuenta que el rio la había arrastrado, y que muy lejos apenas se escuchaba la voz de Aleg, apagada por el rumor del agua y la distancia cada vez creciente.

— ¡que te de zarampió! —gritaba enojada.

La gata se dejó llevar por la corriente. Hubiera podido nadar pero no veía claramente por donde salir del rio, ni hubiera sabido muy bien como volver ¿le tocaría arrastrarse por la ciudad hasta la escuela? Prefirió que no. Otros gatos hambrientos no hubieran perdonado su cola de pez. La corriente la desplazó muy lejos de ahí, hasta que definitivamente se perdió.

Cuando las hijas del Archimago regresaron a casa lo hicieron con el rostro cabizbajo. Incluso Aleg que siempre estaba entusiasmada se mostraba menos alegre que siempre. Almorzaron, y jugaron después del almuerzo sin mucho interés; cenaron, y salieron al patio trasero a jugar después de la cena sin mucho interés. El día, la tarde y la noche se habían vuelto monótonos sin Alesussan.

Un par de luciérnagas pasaron volando a lo lejos, color azul y dorado. Una mariposa blanca, extraviada de la tarde, también buscaba reposo a través del claro lunar. Los grillos, al parecer de puro aburrimiento se quedaron callados, y al cabo de un rato cuando la luna se puso más alta, uno o dos de ellos, comenzaron nuevamente de puro aburrimiento, a cantar. Las niñas se sentaron juntas en la puerta a mirar el aburrido jardín que no parecía tener ningún secreto.

Entonces la gata salió de los arbustos.

— ¡Alezuzzan!

Aleg corrió para tomar al minino en sus manos. Pero Alej dudó. La gata que se acercó desde el bosque tenía cuatro patas. Estaba mojado el pelaje, y si, se parecía mucho a Alesussan, pero ¿y su cola de pez? Aleg la acercó a la fuente pero no quiso meterse al agua. Sin embargo devoró todo el pan de anís que le fueron dando. Era Alesussan.

Su padre les dejó adoptar a la gata. Pero las niñas procuraron muy bien no contarles nada sobre su cola perdida. La gata se integró al hogar, seco, acogedor y cálido, y a los juegos de las niñas que todos los días, antes y después de la escuela llenaban de vueltas, colores y canciones el ambiente. Más todo el pan de anís que quisiera comer. Era feliz.

Siete días después la gata se perdió de la casa. Las niñas la buscaron por todas las habitaciones y hasta procuraron acercarse al mercado por si acaso la gata se hubiera extraviado añorando su estúpido pasado. Cuando regresaron nuevamente, desanimadas, su padre las esperaba sentado en la fuente.

— la gatita está aquí. La encontré sin problemas.

La gata les saludó con un salto alto que les dejó ver su cola brillante y esmeralda, y estas estallaron de emoción. Aleg incluso se puso colorada. Olvidaron por completo que su padre, según lo que ellas habían gestionado, no sabía nada.

Las felicitó por un conjuro bien hecho, y hasta invocó para ellas pan de anís, de guayaba, y de queso, para celebrar.

—una casa con niñas mágicas…— dijo el hombre para sí mismo, sintiendo que solo otro tesoro le hacía falta a su corazón para saberse pleno. Un verdadero Archimago trascendente.

Dejó a las hijas jugar en patio con su mascota, mientras él entró en la biblioteca, y siguió estudiando con toda la pasión y la nobleza que poseía, el secreto para acercarse al capricornio…



Fotografía original de: Josh Willkin

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