Mamihlapinatapei
Por Carlos García Torín
El mago le enseñó el esquema de dibujo más sencillo que conocía. Una bola para la cabeza, un rectángulo para el cuerpo. La gente jugaba y comía alrededor sin prestarles mucha atención, porque un domingo en el parque hay que concentrarse en el sol y disfrutar del espacio abierto. Se habían encontrado por casualidad, eso quiso creer, pero aunque cada uno tenía una razón diferente para estar el mismo día en el mismo lugar, en el deseo secreto de su corazón simplemente no querían terminar la semana sin verse, era por lo menos una motivación secundaria. Había tantos niños como rayos de sol, e igual de vivos e intensos llenaban la colina y el pasto con su movimiento.
—el
rectángulo así, redondeado en todas las líneas… no se trata de que salga
perfecto, más bien solo… este… cómo decirlo…
—
¿decente? —dijo ella.
—
si… bueno. No se me ocurre ahora como es un rectángulo indecente pero seguro
que cuando lo vea lo sabré. Pero si sabes darle decencia, dásela— ella sonrío,
lo estaba disfrutando— ahora brazos y piernas cortas, sin codos ni rodillas,
solo una figura así, no muy trabajada, es solo una guía... No debe ser perfecta,
pero si correcta.
Ella
continuó con la instrucción y se sintió satisfecha. Era una muñeca kokeshi pero
con brazos y piernas, todavía sin ropa, ni rasgos.
—
Te diré como veo la relación entre tú y yo…
Mientras
decía esto le enseñaba antes su propio dibujo el agregado de cuatro deditos
triangulares en cada pierna de la figura, evidentemente él estaba dibujando
otra cosa. Estaba quedando bien, ella lo veía venir desde lejos, y también esa
conversación venia de muy lejos, años en kilómetros si concebimos el tiempo y
el espacio como una misma cosa elástica, venia pendiente desde hace tiempo y
parecía que por fin los pasos de aquel tema habían dado con ella; un lince
místico y viajero detrás de la presa atravesando todas las montañas necesarias
y el espíritu vital ennoblecido.
—
Un par de niños encuentran un libro y juegan a que se trata de un libro de
magia— comenzó a contar— lo llevan al bosque, cruzan el río y los animales les
observan reír, lo depositan en una cabaña. Hay sol, no de la mañana sino de la
tarde, que es más dulce y melancólico. Abren las primeras páginas y comienzan a
buscar trozos de musgo, raíces, jazmines, gardenias y lirios que son las flores
alrededor de la cabaña, pelos de gato, y tierra de diferentes colores. El libro
dice eso. Se trata de un hechizo para poder conocer a la Reina de las hadas.
Entonces juntan sus manos y comienzan a recitar, luego se animan y cantan.
Sucede lo impensable, el gato se eriza y se oculta, el viento sopla con fuerza
y luego simplemente desaparece junto con el murmullo de las aves, las luces de
la tarde de pronto cambian de tonos cálidos a fríos y viceversa, cuando frente
a ellos en el centro de la habitación se abre un portal, una pequeña ventana de
luz por donde asoma de pronto una manito elegante y diminuta, femenina y muy
grácil, la Reina de las hadas esta por mostrarse… pero la niña se suelta. Tiene
miedo, y el hada casi pierde la mano cuando la ventana mágica se cierra de
golpe. La niña huye. El niño se queda solo con el libro.
—
Todavía no entiendo…—mintió ella. Él lo sabía, pero eso no lo hacía detenerse.
Ella todavía tenía su boceto a medio hacer, solo rostro y dedos había avanzado.
—
Se dice mamihlapinatapei— dijo él, mientras dibujaba a una niña que jugaba
cerca de ellos dos— una expresión de los indígenas de la Tierra de Fuego en
Argentina. Aquí no tenemos una palabra que lo exprese pero esa sirve un poco…
—
¿A qué te refieres?— ella intentaba encontrar el punto en el cual podría
escabullirse fuera de aquella conversación, pero la atrapó con aquel término
raro que no supo reproducir, como una trampa arrojada sobre sus pies antes de
levantarse para correr.
—
mamihlapinatapei… es la mirada llena de significado que comparten dos personas
que desean iniciar algo, pero que son esquivas a dar ningún comienzo por cuenta
propia… así es esto, pero tú vas más allá. Intentas matar la magia antes de que
materialice. Huyes sin importar que un hada quede manca en la decisión. Te
cierras a la magia antes de que suceda.
Ella
dejó el dibujo y se fue.
En
la miró alejarse, refugiarse en la gente común, buscar excusas para ocuparse y
justificar más tarde su huida, aunque a veces no se molestaba en dársela. No la
siguió más ni con la vista. Estaba acostumbrado a quedarse solo por decir la
verdad cuando nadie la quiere escuchar. Aprovechó para agregarle detalles a su
propio boceto y recogió el dibujo de la kokeshi y el lápiz del suelo que ella
en su arranque simplemente dejó caer.
—
Tienes suerte—dijo la Reina sobre su hombro, invisible para lo demás, pero
elegantemente vestida con seda fina en un traje diminuto. Lucía para él— por lo
menos no te arriesgas perder una mano cuando esto sucede.
—
tal vez. Pero mira… era un dibujo prometedor. Lo dejó inacabado, sin kimono,
sin accesorios, sin más elementos, hasta pelona está todavía… una kokeshi
indecente. En Japón la matarían por salir así a la calle, o ella misma se haría
harakiri para salvar su honor. Pobrecita… suerte que no la firmó como dibujo
terminado.
—
¿una tendencia?
—
O una impertinencia… depende de cuál de las dos cualidades hagas
responsable—guardó el dibujo de ella.
—
¿vas a buscarla?
—
no.
La
Reina confundida reflexionó un instante, las complejas emociones humanas no se
le daba bien entenderlas, porque las hadas son tan pequeñas que solo pueden
lidiar y contener una emoción. Ella tenía por fuerza de noble y líder espacio
para tres: celos, alegría, y orgullo. Todo lo demás era incomprensible en el
comportamiento ajeno. Esto era muy denso ¿Sería amor? ¿Dignidad? ¿Razón? Volvió
a preguntar.
—
¿crees que volverá?
—
no. Tampoco lo creo… me he hecho a la idea hace tiempo de que no volverá pero
siempre la vuelvo a encontrar. Es un asunto por resolver en el dharma o algo
que se ira solo al olvido de tanto evadirlo, no comprendo ese aspecto.
—
vale. Puedes preguntarme y yo iré al oráculo de las hadas por la respuesta.
Seguro que te has preguntado muchas veces de que se trata. Qué papel tiene.
Quien es.
—
eso ya lo sé… no te preocupes por eso.
La
Reina se encogió de hombros y descendió por las manos del artista sin pisar la
ilustración. Luego a la mesa y sin que nadie lo notara comenzó a meter los
dedos de su mano izquierda, ambas intactas pero esta era su favorita, en el
merengue de los pasteles y a robarse los caramelos. El mago despreocupado de
ella terminaba sus trazados con mucha perspicacia y concentración, de pronto se
sobresaltó cuando la notó echarse sobre la mesa riendo a carcajadas histérica y
con el rostro lleno de ponqué de vainilla. Casi olvidó por un instante que
nadie más la veía.
—JA,
JA, JA, JA, JA, JA…
—
¿Qué te sucede? —dijo tocándola con el borrador del lápiz.
—para
esto también me sé una palabra… pero en indonesio, la aprendí hace 350 años
visitando a las hadas ígneas, pero no me llegaba a la memoria… es más fácil de
entender que mamihlapinatapei.
—
¿y cuál es?
—
Jayus… JA, JA, JA…
—
venga reina loca con sonrisa de vainilla… ¿y me dirás que significa?
— Claro. Un chiste tan mal contado y con tan poca gracia que uno no puede hacer otra cosa que reírse JA, JA, JA, JA…— Y la risa alegre de la Reina se mezcló con la de los niños y con el sol del domingo.
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