La hipótesis

 


Por Carlos García Torín

La princesa se sirvió ella misma un poco de té de limón con durazno y lo paladeó, perfectamente dulce y cálido como el beso de un padre para una hija, pero como líquido fragante y en una delicada taza de porcelana. Atentamente prestó atención a su maestro de lingüística, un hombre maduro de rostro agradable y ojos avellanados y profundos, de gestos tranquilos y reposados.

—El presidente de Francia es sabio; el actual rey de Francia es sabio; el señor Pickwick es sabio— dijo el maestro.

Mientras escuchaba, la princesa se sirvió también un bizcocho y parecía masticar junto a la mermelada de guayaba las tres declaraciones.

— ¿comprendes las diferencias de estas tres declaraciones en su contenido ontológico? ¿Puedes decirme cuales de ellas son verdaderas y cuáles falsas?

La princesa, solo para ganar unos segundos de reflexión en su subconsciente privado alzó la tetera con la pretensión de una cuarta taza, levantando como si una mano invisible limpiase la mesa debajo de ella.

— La cuestión es— dijo al fin— estimado maestro Pavel, que en este caso las dos primeras expresiones son falsas. Por dos razones principalmente. La primera es que lo dice usted y que además lo dice en este lugar. En este reino, y en cualquier rincón de este mundo no encontrará algo, lugar, cosa o persona, que vulgar o cultamente se le pueda designar con ese ridículo sustantivo de Francia.

—Interesante—terció el maestro sosteniéndose considerativo la barbilla— aunque todavía no comprendo por qué la implicación supone una negativa, sea yo y en este lugar.

— pues claro. Usted mi buen maestro es un ser sometido a los linderos de este mundo; Francia no. Francia habita en el vacío, en la nada, no lo necesita a usted para tener gobierno de ninguna clase, puesto que la misma no existe, su presidente, su rey tampoco, su congreso bicameral, su constitución, sus leyes, sus escuelas, su gente… que si alguien se levanta tres veces al día y mira alguna torre significativa de orgullo nacional y declara que su rey es sabio, es mentecato, es filósofo, astronauta o marica, no puede hacerlo mientras usted objete existir por delante de Francia y su contenido. Solo usted tiene ese derecho de ser, al menos desde aquí donde está. Pero ¡Ay! Si en cambio estuviese allí, en cualquier plaza de la Francia inmanifiesta, desde allí en ese mundo inexistencial, el mundo supuesto y vacío, usted declararía contra mí que yo no existo y nada pasaría, no me rompería usted el corazón ni brotaría ninguna lagrima. Los franceses le dirían: compañero es cierto, cuan inteligente es usted, nuestro rey, nuestro presidente, nuestro futbol, nuestra gallina, es sabia, es lo que usted señala. Pero si usted se equivoca y son todos tontos y no sabios, acaso todavía tendrá el consuelo de que su referente está ahí con usted, existe para usted y los franceses. Yo desde aquí diría maestro Pavel que usted no existe, y ambos tendríamos razón y poseeríamos cada uno el prado más verde de cada lado del muro y no habría conmoción ninguna, ya que usted no me puede conocer ni yo tampoco a usted.

El maestro sostuvo la carpeta con mucha firmeza y la escuchó con la cabeza inclinada muy atentamente.

— una complicada situación— admitió— ¿Cómo podría saber entonces si existo de verdad? ¿Es suficiente que yo lo admita sin que usted ni nadie me reconozca del otro lado? Porque si no me conocen de aquel lado… ¿existe lo incognoscible? Sería una duda intensa que me asaltaría a diario si estuviese en esa solitaria orilla.

— ¿y quién dice que no lo estamos?

El maestro sintió en la princesa un agudo brote de sagacidad, muy inusual en las niñas de su edad.

— pero usted argumentó al principio que había dos razones ¿Cuál es la otra?

La princesa se acomodó el vestido plisado de hermosas tramas rojas y negras con cintas doradas, cruzó sus manos sobre las rodillas y comenzó su discurso.

—la cuestión es— al maestro no se le escapo que comenzó con la misma frase que la vez anterior— todo buen científico trabaja siguiendo hipótesis, que no es otra cosa que una preposición teórica, un supuesto que le sirve de base para estructurar sus investigaciones y establecer argumentos, afirmaciones y conclusiones que parecen tan sólidas como el suelo que pisamos, pero cuya base es esa… una suposición, algo que en realidad no está ahí sino que lo presumimos. La verdad maestro Pavel es que se puede construir cualquier cosa sobre cualquier hipótesis, aunque esta sea errónea. Tome cualquier suposición, considérela cierta y actuara lo más adecuadamente como una gran verdad, aunque esté sobre el espacio vacío. Solo que usted maestro me da tres diferentes y me da a elegir su realidad, poco importa si el gobernante de Francia es un rey, un presidente o un pelele, si yo no considero tal. Ellos necesitan mi convicción para poder funcionar y habitar el mundo en el cual son sabios.

El maestro Pavel se sintió un poco abrumado y se tomó también unos segundos de reflexión privada mientras la princesa tomaba unas galletas de la mesa.

— En lo único que si concuerdo con usted— dijo ella— es que el señor Pickwick es sabio. Sabio como ningún otro en el reino en mi opinión, y muy amable. Cuando lo encontré ayer paseando en los linderos del bosque no dudo en dejar de lado su cacería de duendes y su unicornio y ayudarme con las notas de la clase de hoy. Pero, maestro… no ha tocado los bizcochos ¿no le apetecen?

El maestro Pavel tomó un bizcocho con la mano izquierda pero cuando se lo acercó a la boca el tentáculo que hasta ahora estaba dormido en su sombrero despertó, y se sacudió ciegamente derribando el bocado. Se sintió un poco avergonzado pero reemprendió la intención de servirse. Todo esto dio oportunidad para que ángeles, demonios, centauros, dríadas, genios, vampiros, valquirias y otras clases de seres que hacían de auditorio en aquel anfiteatro para la tertulia de la princesa y su maestro actualizaran sus notas sobre las últimas palabras de la niña.

Un dragón negro que preparaba una tesis íntima desde hace 1500 años escribió en la libreta su interpretación del asunto:

“Lo importante no es preguntarse si la Divinidad existe o no. Sino reconocer que el universo funciona como si así fuese”.

—Esto tiene que servir para algunas conclusiones al final— expresó una sirena que trataba de copiarle.



Fotografía original de: JC Laurio

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