Las estrellas han cambiado






Soy otro

en la soledad aguijoneante…

 

¿Dónde quedó la cacería? En el olvido.

Atrás quedó la pradera y la luna menguante,

y el león que tenía por enemigo.

 

En su mano el dolor,

la herida guardada.

En sus ojos marrones

la muerte seria y directa.

Me la tenía jurada…

Pero yo me negaba

a entregarla.

Eso y nada más...

 

Era sencillo.

Amar era luchar y no morir.

Huir al león hacia el valle

donde lo entusiasme otro olor,

para que la amada

sin temor

pueda salir.

Aunque tengas

que llevarlo a las pedradas.

 

El sol dorado

quema la hierba dispersa,

y allí se agazapaba.

Yo, lanza en mano

y piedra cerca

vigilaba su mimesis astuta,

hasta que ella, amada, oculta

ya… ahora si…

Paz hermano león.

En otro día,

ya me fui…

Descubro amar y ser yo.


 

Si tienes que hacerlo

da sin temor la sangre,

pero no en vano.

Conquista a diario la paz.

Tu sangre vale igual

que tres vidas... ¡Su vida!

No lo olvides.

La bestia o ella…

La bestia o la semilla...

Eso y nada más...

 

Soy otro

en la modernidad aguijoneante…

 

El león se ido y la pradera con él.

La lanza está perdida en signos, en teclas,

las estrellas han cambiado

 

y por mucho

que te esfuerzas

Te falta información

que necesitas

para estar enamorado.

El nuevo enemigo,

un abejorro traidor

y persistente.

Duele y mueres,

y no sabes por qué…



Por Carlos García Torín




Otros poemas:

Caer el rayo

Te regalo mi lápiz

Ensayos:

La fantasia como forma de acercarse a la realidad

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